«Che, música para epígrafes, los otros días hablé con mi papá y me dijo que The Beatles son la banda más importante de los ’60». Ok, más allá de que hay verdades innegables, y cosas que no vale la pena discutir, también existen otras cosas que es importante tener en cuenta cuando se analiza la evolución de la música. Seguro, los Beatles son los más importantes, pero no por eso los únicos especiales, o ni siquiera los autores del mejor disco de la década.
The Velvet Underground, los neoyorkinos apadrinados por Andy Warhol eran gente especial. En sus filas, que variaban de disco a disco, convivieron tres de los nombres más importantes para la música popular moderna como lo son Lou Reed, Nico (triste e injustamente, más conocida por su historia con Morrison, que por sus propios méritos) y el multi-intrumentista John Cale. ¿El resto? Ok, eran relleno. La banda tenía una propuesta totalmente diferente a todo lo que se hubiera oído hasta ese momento, saliendo de la simple busqueda de melodías bonitas (que ojo, las hay) y navegando en los oceanos del feedback, la experimentación, los ambientes oscuros, y las letras que hablan de la heroína o la infinita tristeza en vez de «ojalá seamos más grandes para estar siempre juntos».
Este primer esfuerzo estuvo grabado con poca plata, y ni la peor producción del mundo pudo ocultar la genialidad de las composiciones, y lo visceral del disco. El album abre con «Sunday Morning» sobre la que Nico canta sus versos como un mantra mientras la banda suena de fondo como una caja de música. La viola de fondo da ambientes que tienen más que ver con el shoegaze que con el rock n’ roll de la época. El segundo tema, «Waiting for My Man» es la urgencia de New York contenida en una canción de cuatro minutos. El tema puede sonar a cualquier estado de ánimo, pero es continuo, nunca se detiene, igual que la ciudad. El tema, cantado por Reed, alcanza micro climax todo el tiempo gracias a la magia de Cale, y ayuda a la sensación de constante movimiento. Volviendo un poco a la calma del primer tema, llega «Femme Fatale», una canción oscura disfrazada de gema pop. Los coros con los que la banda apoya a Nico suenan más a lamentos que a apoyo vocal. Brutal.
Llegando al tema 4 es donde la banda se libra de sus ataduras y nos hace entrega de sus composiciones más brutales y representativas. «Venus in Furs» es la portadora del riff más imponente de la época. Su tiempo ralentizado, la voz apagada de Reed y la disonancia de la viola de Cale la hacen inconfundible. Este tema, más que de una banda de los ’60, parece los momentos más sacados de grupos como Can, o incluso, con la distorsión correcta, podría sonar a doom metal. El coro es una explosión de melancolía donde la emotividad de Cale para tocar brilla con luz propia. Esta canción fucking arrasa, y deja al oyente sumido en la intranquilidad cada vez que Reed repite «different colors made of tears». En el mismo espiritu, y más rocanrolera, «Run, run, run» es un himno para escapar. Ya sea de un campo de concentración o una fiesta de gala, la retirada es inminente. El sólo parece más de Sonic Youth que de rock clásico. Además, este es el tema donde Reed suena más cargado de energía, un cambio agradable que aporta variedad y frescura al flujo del disco.
«All Tomorrow’s Parties» vuelve a poner a Nico al frente del sexteto en la que quizás sea la mejor composición del album. Llena de matices, climas, y aportando magia a lo My Bloody Valentine, la canción con su tiempo lento, y casi arrastrado es un mamut sónico e imparable. La fluidez con que se cruzan las voces de Nico, el bajo y los arreglos de Cale son de una frescura inimitable que ninguna otra banda de rock pudo imitar. Pueden seguirse muchísimas melodías distintas a lo largo del tema, y lo más interesante, es que todas son efectivas. Del mismo estilo, pero del extremo opuesto del arcoiris, llega el siguiente track, «heroin». Aquí se cambia la dulzura de Nico por lo sórdido de Reed para hacer relatos de la cotidianeidad de un adicto que no encuentra su lugar en el mundo. La canción crece hasta explotar en una orgía de noise rock, sin cuya inspiración, el under de los ’80 no habría sido el mismo.
Tras esta corrida altamente comprometida emocionalmente, la banda decide bajar un poco la intensidad y presentar dos nuevas gemas pop, «There She Goes», cantada por Reed y «I’ll be Your Mirror», por Nico, que ayudan a volver a estabilizar el disco. Estas canciones meramente relajan al oyente y lo preparan para lo que sigue, el climax más cáustico del disco.
«The Black Angel’s Death Song» realmente suena a una canción de muerte, sobre la que se suceden los sonidos, y la viola de Cale nuevamente toma el protagonismo. Sobre esta base cáustica Lou Reed relata la historia que introduce a «European Son», un tema estilo rock and roll donde la banda empieza a crecer en brutales explosiones mientras se escucha que se rompen vidrios y rugen leones. El movimiento es brutal, y el manejo de la intensidad, incomparable. La banda simplemente estalla en cada nota metiendo segmentos de noise sobre un bajo que intercala riffs pegadizos con machaques que no desentonarían en una banda de stoner rock. Tras unos casi 8 minutos, la composición concluye, dandole un cierre coherente, lógico y brutal mientras la banda se desvanece en esa última nota, convenciendo al oyente de que acaba de escuchar algo totalmente diferente a cualquier propuesta anterior o posterior.
The Velvet Underground and Nico es un disco que en ningún momento explora puntos medios, y fluctúa entre la belleza y la sordidez sin darle tiempo a nadie de recuperarse. A muchos oyentes puede costarle entender que no haya un hilo conductor en el disco, y que prácticamente se trate de dos bandas distintas, pero precisamente ese es el detalle que hace a la banda única. La banda tiene algo para todo el mundo, exactamente igual que su New York de origen, y si alguien no supo encontrarlo, es porque no está buscando lo suficiente.
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Rating total: 10/10
-Federico Lo Giudice